Cuando mi compadre
González jue nombrau jefe de policia de la capital, me hizo
nombrar comisario en Santo Tomé. Yo andaba galguiando de
pobre y fui. La comisaría en esos años era un pobre
rancho, con un milico cansau, y dos cabayos reyunos.
Una noche de
invierno, estábamos con el soldau, aburridos, cuando cayeron
dos linyeras a pedir permiso para pasar la noche. Venían
hambriaus, los pobres, y yo, ¿qué les iba a dar? Si
andábamos casi lo mismo. Pero les di un alce. Les dije que
juesen y se rebuscasen por las quintas, y volvieran temprano, que
los íbamos a esperar.
Salieron los
hombres y al rato nomás, ya sentimos dos tiros de escopeta.
Por detrás
de los hombres, cayó un quintero a dar cuenta. Menos mal
que no los vio, ni gritaron las gallinas.
Las plumas de
las batarazas, que el gringo decía que tenía a punto
de mandar a la exposición, que eran finas y vaya a saber
cuántas otras ponderaciones, las tiramos en la letrina. Hicimos
un puchero, comimos, y como después de medianoche pasaba
un carguero, los hicimos embarcar a los linyeras y nos volvimos
tranquilos. Recuerdo que los pobres, antes de subir al vagón,
me dijeron: "Usté es un hombre gaucho. Nunca nos vamos
a olvidar de usté."
Ya en la comisaría,
al ir a anotar la denuncia del gringo, por las dudas, vimos que
nos habían llevau el tintero, y caímos en la cuenta
que también nos habían robau los cuchillos.
Después
me trasladaron al Alto Verde. Nos culpaban de no vigilar y los gringos
se quejaban de los robos de gallinas.
En el Alto Verde,
estaba una mañana tranquilo, durmiendo, cuando me despierta
el ruido de unas bombas. Como el río es angosto, se siente
patente cualquier buya de la ciudá. Me levanto y le pregunto
a unos guitarreros, que tenía presos porque habían
andau haciendo barullo en el boliche:
-
¿Qué será, muchachos, esta buya?
-
Es por el 9 de julio, comisario -me contestaron...
-
La pucha...Me había olvidau...
Bueno, dije,
vamos a tirar unas bombas, siquiera. Pero, ¿de ánde
yerba?
Entonces pensé
en hacer unas descargas, pero no tenía más que cuatro
carabinas de un tiro, y nosotros, con el melico, éramos dos,
apenas. Nos fuimos, pues, con los presos y desde el borde de las
barrancas hicimos unas descargas. Retumbaban los tiros en el agua.
La gente de la vecindá comenzó a asomarse por las
ventanitas de sus ranchos, los cogotes largos. Entonces los mandé
a los guitarreros a buscar los instrumentos, bajo palabra, y mandé
buscar un asau, un poco de vino y galleta.
Reuní
a la gente, y festejamos el 9 de Julio. Viera qué farra se
hizo. A la tarde estaba la gente alegre, y me pidieron permiso para
hacer unos tiritos a la taba. Y le metimos nomás. Al anochecer
hicimos baile, y hubiera visto, a los guitarreros, chispiaus, meta
música, y la mozada divertida que daba gusto. Hasta se payó,
amigo.
En lo mejor
se nos presenta el sumariante, que venía por los detenidos.
Lo invité a quedarse un rato, pa hacerle honor a la fiesta,
pero el hombre cuando vio a los guitarreros contentos, cantando,
y la mesa de monte en el medio de la calle, alumbrada por un Sol
de Noche, me miró feo, y me dijo:
-
Comisario. Esto no lo hace ni Paco Bustos. Renuncie amigo. Será
mejor...
Yo no sé
quien será el Bustos ese ¿no?, pero pa evitarme disgustos
y no hacer quedar mal a mi pariente, renuncié. Y acá
estoy, sin empleo.
GUDIÑO
KRAMER, LUIS, Cuentos de Fermín Ponce. Buenos Aires,
Hoy en la Cultura, 1965 (págs. 63-64)
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